Anahí Maner volvía a su casa luego de una jornada laboral. Se encontraba exhausta, hace varios meses la Ciudad se había convertido en un caos: el asesinato del Gobernador provocó un revuelo enorme. La desaparición de Máximo Cántero también. Lo creían rehén, retenido en algún pueblucho, en penumbra, mientras sus secuestradores pensaban qué hacer con él. Las Fuerzas Defensoras y ambos Consejos trabajaban sin descanso; ningún crimen quedaba sin resolver, las patrullas rondaban las calles como nunca antes, y todos los días salían pelotones hacia las afueras de la Ciudad en búsqueda del Capitán. Pero volvían con las manos vacías, tan vacías como ese lugar en el alma donde se guarda la esperanza: la esperanza que tenían los habitantes de encontrarlo.
Máximo se encontraba a oscuras, como rehén, pero estaba en una de las Celdas de la Espera, aguardando la decisión de Clara, o Cránade, o ambos. Quizás el Consejo Mayor entero estaba entrado de su situación. Era imposible saberlo.
No tenía nada que perder, su hijo ya no se encontraba en este mundo, (aunque solía escucharlo cuando cerraba sus ojos), había sido reemplazado en su puesto de trabajo (permanentemente) y, si lograba escapar, sería para vivir una vida de vagabundo. Los más altos cargos de una Ciudad habían sido atacados, uno muerto, el otro desparecido, y lo más obvio que podía hacer Clara era dar la alarma a las demás ciudades. Claro que corría un riesgo: si Máximo lograba escapar, podía contar la verdad a las autoridades de otras ciudades y crear un problema bastante incómodo. Al parecer, confiaba en los encargados de la vigilancia del ex-Capitán. De todas formas, si sobrevivía, debía mantenerse alejado de toda autoridad.
Aún así, la idea de la muerte lo aterraba completamente, borraba todo rastro de tranquilidad en su cuerpo y llenaba sus pulmones de aire que asfixiaba. Todo era mejor que la muerte.
Anahí estaba cerrando la puerta de su departamento cuando vio a su hija correr a recibirla con un abrazo. La niñera era una mujer joven, que trabajaba cobrando menos de lo que debería. Era amiga de Ana. Luego del abrazo madre-hija, se saludaron con amabilidad.
Soledad prácticamente vivió allí durante los últimos meses. Sol, la hija de Ana, la veía como una segunda madre. Comenzó siendo una niñera común y corriente, empezando a trabajar cuando Ana tomó el trabajo en el Consejo, pero luego se volvió indispensable en la familia Maner.
—¿Cómo te fue hoy?—dijo Soledad.
—Igual que ayer. Tratando de hacer las cosas bien. El problema está en si lo hago o no.
—¿Pasó algo en especial?
—Nada, lo mismo de siempre. Quieren culpables a toda costa. La gente del pueblo, las víctimas de los robos, quieren ver a alguien encerrado. Alguien muerto, si son más cínicos. Creo que inconscientemente saben que hicieron caer a un gil cualquiera, los del Consejo estoy seguro que sí, pero nadie abre la boca. Si seguimos así, en unos años vamos a ser veinte habitantes en todo Aires.
—Poco a poco vamos cambiando las cosas.
—Demasiado poco diría yo.
Sol se había ido a la pieza. Reconocía cuando debía retirarse. "Son cosas de grandes", le habían dicho una vez.
—Las cosas no van a quedar así, Ana.
Salieron al balcón.
Enfrente del departamento se encontraba el lugar que, en algún momento, fue el hogar de Dante Pardo.
—¿Nada nuevo de tu parte?—dijo Anahí.
—Es posible. Por ahora no está nada confirmado.
—Preferiría no saberlo, entonces. No quiero falsas esperanzas.
—Está bien, como quieras.
—Lo único que podemos hacer es esperar, ¿no?
—¿Qué?
—Me pareció raro que no lo hayas dicho. La frase esa. La decís siempre, no sé si te diste cuenta.
—Estaba esperando un poco más para decirlo.
Ana estaba cansada de esperar. Quería actuar. Estaba cansada de ver pasar a la mentira, a la injusticia, a los secretos, por delante de sus ojos. Soledad era más cauta. La madre de Sol había esperado demasiado. Parecían haber pasado años desde que Soledad le contó lo que había dicho su hija. La Gobernadora había salido a aclarar que Dante había sido asesinado por un NN, pero ella sabía la verdad, sabía que una patrulla de las Fuerzas había irrumpido en su casa. Sabía que alguien había logrado escapar. Sabía que las Fuerzas Defensoras (quizás el gobierno entero) andaban en algo sucio. Cuando Soledad le informó de la existencia del Frente de Resistencia, ambas decidieron comunicar lo sucedido. Parecía haber pasado un siglo desde que comenzó a trabajar en el Consejo como infiltrada. Desde que formó parte de la creación del plan para destituir a Clara y a Cránade del Gobierno de Aires.