La mesa parecía una representación física de la ironía.
De un lado de la misma se encontraba Máximo. Del otro lado, Clara. Clara y su escopeta.
La separación, es decir, el espacio entre ellos, era algo ficticio. Algo irreal. No podían estar mas cerca entre sí.
—Tenés un minuto para contarme todo— dijo Clara. Su tono era seco, sin denotar emoción alguna.
—Necesitaba hablar con él, a solas. Sabía que no me esperaba.
—Tenías razón.
—Supuse que la conversación iba a ser algo...acalorada. No quería interrupciones. Era algo que debía hablarse sin cortes, de un tirón. Y era importante estar a solas.
No estaba mintiendo: tal vez estaba omitiendo hechos, pero nada inventado había salido de su boca. Crear una historia totalmente falsa habría sido mucho mas difícil, todavía se encontraba ebrio y su cabeza no paraba de latir. Estar concentrado en sus futuras palabras era su máxima prioridad.
—Me creía capaz de intuir la reacción del Gobernador. Iba a asustarse, a intentar alejarse de mi. Pensé y pensé hasta que supe dónde podía encontrarlo para hablar tranquilos. Primero pensé en la biblioteca.
—Conocés cada rincón de la casa. Me había olvidado de ese detalle.
—Sí.
—Tu función era protegerlo. Protegernos.
—Lo sé.
—Asesinado por su protector. Quién lo diría.
—Supongo que no voy a ser el empleado del mes, ¿no?—dijo él, sarcástico.
No pretendía ser gracioso. Tampoco lo había sido. El rostro de Clara se había convertido en una roca, y su paciencia estaba abriendo la puerta de la Sala Principal, decidida a abandonar el salón.
La cabeza de Máximo estaba en llamas. Debía concentrarse, pero el mareo golpeaba como una ola gigante a un barco indefenso en medio de una tormenta. No podía tener otro traspié. Volver a equivocarse no era una opción.
—Era difícil encontrarlo en la biblioteca. Estamos en plena madrugada. Después pensé en la terraza. Pero talvez había algún que otro guardia fumando o perdiendo el tiempo. Decidí esconderme en el baño, y esperar.
—Sí...
—Cuando entró, sus ojos se abrieron de par en par. No intentó mediar palabra. Se abalanzó sobre mí, forcejeamos y caí al suelo. Intenté hablarle pero no contestaba. Estaba ciego, de furia, de terror, no lo sé. Me incorporé rápido, y, para cuando se abalanzó sobre mi, yo ya había sacado la espada. Tenía que protegerme. Términó clavada en su pecho.
—¿Dijo algo él?
—No. Nada.
—¿No tenés nada mas para agregar?
—Sí. Fue un accidente. Y que no quiero morir, por favor. Si es posible.
Clara entró en modo decisión. Máximo lo notó en su rostro, era una expresión que reconocía de las reuniones del Consejo Mayor. Se quedaba en silencio y esperaba a que todos hablaran antes que ella. Esperaba al silencio, al agotamiento de ideas, generalmente decía la última palabra. Era una mujer inteligente. Eso había beneficiado a la Ciudad hasta ahora, pero a Máximo no le gustaba en estos momentos: sabía cuál sería la decisión de una mujer inteligente. Una mujer inteligente lo asesinaría.
No sería de un escopetazo ahí mismo. Sería una ejecución, nada demasiado formal, a puertas cerradas, talvez esta misma noche. Máximo tenía una idea de la relación entre ella y el Gobernador, no eran capaces de matar por amor. Cántero no había matado a su marido, había matado al Gobernador de la Ciudad de Aires. Y ambos eran capaces de matar por ella.
La escopeta miraba al Capitán, recostada sobre la mesa con expresión relajada.
—El pueblo —dijo Clara— no lo puede saber. La gente común no lo puede saber. Sería un desastre que se enteren de esto. "Los altos cargos de la Ciudad se están matando entre sí". Esto no sale de acá.
Era extraño. Por un momento, Máximo pensó que estaba hablando en tono interrogante, haciéndolo partícipe de lo que decía hacer, dándole lugar en la opinión. Vio la esperanza de sobrevivir una noche más.
Parecía oír el mismo tono de voz que en las reuniones del Consejo.
Clara abrió los ojos de par en par. Se había percatado de algo.
—No podés morir. Ahora sos el Gobernador de Aires.
Máximo se sorprendió. Respiró profundamente, y el oxígeno que entró en su cuerpo lo tranquilizó.
—¿Qué hacernos con el cuerpo y qué comunicamos al resto de los mortales?—agregó ella.
Respiró profundamente, por segunda vez. Pensó en su hijo, en la justicia, en miles de cosas y en ninguna en particular. Pensó que estos últimos 8 dias habían sido los peores de su vida, pero finalmente encontraba algo de luz.
Pensó. Su cabeza seguía dando vueltas, pero la tranquilidad que le brindaron las palabras de Clara sirvieron para concentrarse.
—Podemos decir que viajó. Comunicamos que salió de viaje. Había conflictos en las fronteras, otra vez, como hace una semana. Después emitimos un comunicado, explicando que los atacaron y él no volvió.
—¿Los atacaron?
—A su pelotón.
—Eso significaría involucrar a más gente. —Salió solo, a medianoche. Cuando salieron a buscarlo los guardias, ya estaba muerto.
Clara consideró la idea.
—Vos te encargás de llevar el cuerpo—agregó ella.
—No hay problema.
—Llevá un carromato.
—¿Ahora tiene que ser?
—Ya.
El Capitán de las Fuerzas Defensoras tuvo una idea. Pensó en escapar. Dejar todo atrás. Comenzar una nueva vida, alejada de la Ciudad de Aires, la más importante en estos dias, la que tanto le costó formar. En el camino lo decidiría, tenía varias horas de viaje hasta llegar al lugar de los conflictos en las afueras de Aires.
—Antes de la diez de la mañana te quiero acá—dijo Clara.
Máximo asintió.
Respiró profundamente. El mareo era controlable. Los nervios comenzaban a abandonar su cuerpo. Después de tanta oscuridad, había logrado encontrar algo de luz. Quizás no era necesario escapar, quizás todo se estaba encaminando naturalmente, quizás la tormenta ya había pasado. Vio un futuro tranquilo. La última semana parecía haber durado meses, meses de sufrimiento y dolor.
Se levantó de la mesa.
Caminó hacia la puerta.
Todo estaba bien, todo estaba en calma. Todo estaba demasiado bien.
El silencio era voraz. Su mano derecha encontró el picaporte frio de la puerta. Sintió que le había dado corriente.
La puerta, al abrirse, rechinó con bravura.
Máximo se giró hacia su izquierda, antes de salir, para dirigirle una última mirada de agradecimiento a Clara. Un gesto formal y necesario. Ella, tranquilamente, estaba en todo su derecho de matarlo ahí mismo. Y no lo hizo. Quizás por los momentos vividos, quizás en beneficio de la Ciudad, quizás porque no era lo suficientemente fuerte como para acabar con la vida de una persona. En fin, era lo menos que podía hacer. Pero ella no estaba a allí. Estaba detrás suyo.
Cuando el Capitán lo notó, ya era demasiado tarde. Ella le propinó un golpe con la escopeta y Máximo cayó al suelo, desmayado.
Cránade se encontraba del otro lado de la puerta.
—Máximo Cántero, estás bajo arresto— dijo.
—Y gracias por la ayuda, Máximo —agregó Clara.
No hay comentarios:
Publicar un comentario